viernes, 16 de octubre de 2009

CUIDADO CON LOS MONSTRITOS QUE CRIA EN CASA.


Muchos nos sorprendemos con las noticias que publican los periódicos, sobre algunos niños que asesinan a su madre o sub@st@n las fotos intimas de la abuela o peor aún, jovencitos que llegan a ofertar la virginidad de su hermanita para conseguir el ticket de ingreso al concierto de rock.

Estos resultados noticiosos podrían sorprendernos a algunos padres, pero en el fondo sólo constituyen la consecuencia lógica de conductas anormales que no fueron corregidas a tiempo e incluso fueron ratificadas y reafirmadas por la ignorancia de los padres.

Después de escuchar los relatos de Víctor Hugo acerca de esas inocentes criaturitas, por quienes inicialmente pondría la mano y los pies en el fuego, sólo puedo soltar una carcajada, porque estos personajes terroríficos de las portadas rojas, son los mismos inocentes niños que hoy caminan bamboleándose angelicalmente de la mano de sus padres, sin que estos se percaten la clase de monstritos que crían.

Esos niños, a quienes me cuesta llamarlos por ese nombre, tienen mentes especiales. Por ejemplo he aquí lo que me cuenta Víctor Hugo.

Era un pequeñito de 4 años, con una carita de ángel, de mirada dulce y con una inocente botella de gaseosa en la mano. Mientras su padre preguntaba por los colchones, el niño derramaba su gaseosa en el piso de vinílico. Al principio le dijeron: Hijito no ensucies el piso, cuida tu gaseosa y la conversación sobre los colchones continuaba.

En eso que la compra se realizaba, el niño vio que los adultos estaban preocupados en lo suyo y repentinamente se puso a sacudir desesperadamente su botella de Coca Cola con el pico tapado y luego lo chisgueteo en todo el ambiente. Su padre lo miró con ternura y le dijo hijito ¿Qué has hecho? Jajaja.

Me cuenta, que el imbecil del papá a pesar de estar viendo que su hijo había cometido un despropósito, sólo atinó a preguntarle tímidamente ¿qué has hecho?, en lugar de aprovechar la ocasión para enseñarle, no a golpes, sino con razonamiento paterno. En fin…

Otro niño: Este “crio” vino con su mamá, una mujer amorosa, ni tan vieja pero tampoco joven. Era una señora llenita de carnes, de voz tierna, que no dudaba de darle a su niño un caramelo tras otro, mientras proseguía la conversación sobre que tipo de colchón necesitaba una mujer casada.

El niño al principio parecía un pan de Dios, pero cada vez que su madre le decía. ¡Hijo no entres allí! El niño angelical que estaba tomado de la mano acercaba sus labiecitos para besar la mano de su cariñosa mama.

Cuando acabó la conversación la madre tenia la mano enrojecida, le brotaban pequeños hilitos de sangre. La inocente criaturita, a la que no pudo darle una amonestación, le había mordido la mano con tal fuerza que sus colmillos lograron penetrar las carnes de su madre. Y ella ni siquiera grito.

Otro niño: Este ya estaba más crecido, se subía a los colchones y perforaba las bolsas de protección a su regalado antojo. Y cuando uno de los empleados le hizo notar, el padre respondía: “Pero señor los niños juegan, usted también ha sido niño”. Paciencia …Finalmente las bolsas podían parcharse luego.

En eso que el niño terminó su inocente travesía por el cerro de colchones y tras haber roto las bolsas, corrió hasta su padre con la ropa toda sucia y llena del polvo que recubre las bolsas. El padre recién muy molesto exclamó y le dijo: ¡hijo para que subes, te has ensuciado la ropa!

Ese es el gran problema. A los niños no se les enseña a tiempo ese principio vital que gobierna el mundo: Respeta lo ajeno, si quieres que te respeten.
El padre reprendió a su hijo únicamente cuando vio que sus intereses personales habían sido tocados, pero de otra forma, que le interesaba si el niño causaba destrozos en predios ajenos.

De estos niños los hay por miles. No es que sean malos, son sus padres los que con su excesiva complicidad, tolerancia y permisividad, alimentan ese lado monstruoso que no conoce de límites, derechos, obligaciones, normas y demás.

Es así como se forman esos cainitas sanguinarios que hoy nos causan asombro cuando los hallamos en la primera plana de los diarios chicha. Pero en realidad, si analizamos bien el tema, la culpa no es de ellos…

martes, 6 de octubre de 2009

MERCEDES YA ES INMORTAL: UN ADIOS A LA NEGRA MILAGROSA


La conocimos hace más de 3 décadas con esa voz solitaria y melancólica. Su canto era quejumbroso pero rebelde, jamás claudicante. Su canto gritaba por las injusticias de los pobres del mundo, por la soledad de los niños sin madre, y peor aún, por las madres cuyos hijos habían sido secuestrados por el hambre, la parca o la dictadura, que para el caso era lo mismo.
Quizás de allí proviene el aspecto melancólico de mi generación. Había muy pocas cosas por las cuales bailar y demasiadas que exigían nuestra militante actuación. Allí al influjo de esa mujer nos fuimos haciendo adultos.
Mercedes nunca nos dijo, ni nos pidió militancia alguna, pero ella sabia insinuarse como buena artista.
Todos crecimos amándola en silencio. Su robusta figura contenía el mundo entero. No era una mujer para el placer, era como la mujer- mundo, con el color de la tierra, con la voz de los vientos de otoño, con sus tiernas alegrías como menudas gotas de rocío.
Su música recuerdo que fue mi única compañía cuando peleaba con el mundo, con la patria, con Dios, la Virgen María e incluso con mis padres o mi novia.
La tarareábamos en silencio. No podíamos cantarla porque esa tarea era privilegio exclusivo de Mercedes. Quien podría tener la coloratura de “La Mercedes”, su profundidad, su franqueza de artista.
Por las noches, una guitarra y una voz femenina eran suficientes para hacer de cualquier noche lóbrega una velada literaria. Afuera llovía, los carros salpicaban a los peatones y las goteras caían con su sonido de timbales en ollas. Sus canciones eran sutiles interrogantes al corazón. Ninguno de mi generación pudo eludir su magia. Había en ella algo de Vallejo y Arguedas.
En esos años, con una pobreza álgida que contaba matemáticamente las monedas de diez centavos, nos reuníamos en una taberna de mala muerte, donde sólo acudíamos los amigos. Nunca vi a ningún parroquiano diferente. Se llamaba La Carreta, La rueda o algo parecido. Al final suenan a lo mismo.
Estaba en Qollacalle, muy cerca de la Pza. Limacpampa. Allí recalábamos los aprendices de escritores, poetas en desgracia, políticos perseguidos, algunos más perseguidos por la pobreza que por el régimen y otros cuantos bricheros que buscaban su pasaporte rubio para abandonar sobre todo la pobreza...
Las conversaciones se alimentaban con las canciones de Mercedes como si fuera leña para el fogón del alma. Empezábamos tarareando una cancioncilla y después la Teoría de la Relatividad, el Alcoholismo pequeñoburgués, las mujeres ninfómanas, la dictadura del proletariado y finalmente el tema favorito era Dios y su responsabilidad en la desgracia humana.
En ocasiones, llegaba una mujer de lento andar. Parca y sosegada en todas sus cosas y con una voz que era la misma de Mercedes. María Aparicio, cantaba y tocaba toda la noche. Le pedíamos algo, pero ella sólo atendía a su corazón y cantaba lo que le daba la gana.
Allí aprendí a golpear el cajón o lo que podría ser la superficie de una silleta o algún tambor roto que estaba tirado en el desván.
Mercedes, se encargaba de ponerle sentido mágico a todo ese desorden adolescente que brotaba. Para unos el destino inmediato fue el matrimonio, se casaron y se marcharon a su hogar. Otros siguieron haciendo teatro a su personal manera Grotowskiana, Algunos declamaban, otros se hicieron músicos, alguno se marchó para la montaña y creo que allí murió.
Y yo me quede sólo, no era bueno para cantar, tampoco podía fingir adecuadamente para ser teatrista y nunca pude engañar a una gringa. Allí en ese aquelarre de poetas y aprendices de toda índole, yo también fui dándole sentido a mi vida, que de manera impensada me llevaría a lo que hago hoy en día.
Una musa inspiradora de aquellas noches fue la milagrosa Mercedes y hoy al saber que ha muerto a los 74 años víctima de una vulgar enfermedad renal, sé que todos también moriremos.
Por alguna razón, siempre pensé que los seres sobrenaturales nunca morirían. Nunca pensé leer la noticia de su muerte y hoy la tengo junto a mí. ¡Mercedes ha muerto! ¡Que paren las imprentas de los periódicos! Que los artistas canten y los poetas anuncien al mundo que la gran Negra Mercedes ha emprendido su viaje a la eternidad.

jueves, 1 de octubre de 2009

KAPUSCINSKI Y LOS PERIODISTAS.


KAPUSCINSKI Y LOS PERIODISTAS.
El gran periodista bieloruso Ryszard Kapuscinski, en su libro “Los cínicos no sirven para este oficio”, dice muchas cosas conmovedoras sobre el periodismo contemporáneo. Tal vez muchos colegas no crean porque han visto demasiados bribones disfrazados de periodistas, pero aún así es importante decir un par de cosas. ¡No importa si creen o no! Finalmente ese es un problema de cómo se ubica cada uno en este escenario profesional.
Kapuscinski, el maestro del periodismo mundial, hombre que participó arriesgando su vida en la cobertura periodística de los sangrientos sucesos de la independencia de África, con todas sus guerras fratricidas a cuestas, dice cosas que deseo compartirlas con los jóvenes periodistas, en quienes aún brilla la esperanza de cambiar algo.
Insisto en los jóvenes, porque los viejos, salvo algunos, están más preocupados en moler su consciencia para convertirlo en un mullido cojín donde sentarse plácidamente sin sentir los problemas éticos.
Los jóvenes son la única fuerza del cambio. Su idealismo es la fuerza creadora. Su pasión, es la energía necesaria para echar a andar nuestro mundo de papel, que un día se hará realidad.
RK Decía: “Si un periodista se enriquece es que algo funciona mal”. La riqueza es un pésimo síntoma dentro del periodismo moral y comprometido. De ello podemos deducir que quien se mete a esta profesión no lo debe hacer pensando en enriquecerse, porque con toda seguridad esa riqueza será el precio de su silencio, la complicidad, el mercenarismo o cuando no, de cosas peores.
Lo único que se puede esperar de esta profesión es gozar del aprecio de la gente, tal vez el respeto de los enemigos, una familia orgullosa y una muerte silenciosa y digna.
El buen periodista es, no sólo el que escribe o habla bonito, y se marcha apenas terminada la nota, dejando abandonados a sus protagonistas en el mismo desamparo como los encontró. Es más bien, el que vive con ellos, el que siente el drama ajeno como un compromiso personal y como insumo fundamental del reportaje.
La ego-vanidad es otro problema frecuente en el periodista de hoy, tan grave como podría ser una pandemia en el planeta de las noticias. Nadie más que el periodista es tan vanidoso como para creerse infalible.

A propósito seria bueno recuperar esa vieja costumbre romana de poner a alguien recordándonos constantemente esa sentencia inevitable: “Eres humano, eres mortal”
El buen periodista no es sólo el que denuncia infatigablemente, sino también es el que construye con la palabra, los sueños de un pueblo, los ideales que algún día se harán realidad.
La soboneria es un pecado capital. Si un periodista es sobón, mejor que se convierta en waype o jefe de campaña de alguna agrupación política, pero jamás periodista.
Si un periodista no lucha por sus ideales de justicia, es una piltrafa humana. Es mejor equivocarse por querer hacer lo justo, incluso ser despedido del periódico o del canal por publicar una noticia, que permitir el triunfo del silencio.
Frecuentemente escuchó: “No, en mi canal no pasa esa denuncia porque esta empresa tiene su publicidad y mi jefe ya se vendió”. Si el novel gacetillero no hace algo para corregir esa situación, mejor que no se queje de la corrupción actual, porque el primer culpable es él.
Colegas periodistas, no tengan vergüenza de caminar a pie por las calles, pateando latas y comiendo polvo. Es el precio de vuestra dignidad. Nunca tengáis vergüenza de esperar el colectivo en la esquina, contando centavo a centavo el pasaje.
Cuando llegue el momento de elogiar, si es que llega ese momento, háganlo con la gente más humilde, con aquella a la cual vuestras palabras servirán de bálsamo para curar sus heridas causadas por la ingratitud o la injusticia.
Sean más comunicativos con vuestras familias. Ellos también, así como el público tienen derecho de ser escuchadas. Jamás les mezquinemos el tiempo, porque sucede que debido a la naturaleza de nuestro trabajo, muchas veces creemos que estamos resolviendo los problemas del mundo, sin darnos cuenta que los nuestros también esperan una palabra de aliento.
El día que sintamos a la humanidad como nuestra verdadera familia, ese día habremos descubierto el auténtico sentido del periodismo.
En un mundo, donde el venderse para defender al narcotraficante o al criminal, resulta tan frecuente y tan legal. En un mundo, donde todos aspiran a ser autoridades rentadas y sumisas para usufructuar del poder. En un mundo donde nadie hace nada si no le pagan una comisión, donde todos sueñan egoístamente, quizás este tipo de periodismo sea la última esperanza idealista de salvar al mundo.
¡Feliz día Kapuscinskis!

EN HOMENAJE A LA NATURALEZA.



Las plantas, a medida que pasan los años adquieren diversos significados. En la niñez son un estorbo para el recorrido de los juguetes. En la adolescencia son un buen lugar para esconder los puchos de los furtivos cigarrillos y en el matrimonio son un adorno fácil y barato para la sala o el patio.

Pero cuando pasan los años más de prisa, ese estorbo se va convirtiendo en una síntesis de la vida y uno va poco a poco asociando su existencia con la vida de una planta: Hay días que uno siente una sed desértica, otros nos ahogamos en un océano de problemas o somos presa de una melancolía enmudecida.

En casa viven algunas plantas; están ubicadas en la escalera de piedra que papá mando a construir. Cuando vuelvo después del trabajo, después de haber escuchado mil quejas, medio millón de lamentos y generalmente voces de decepción por todo lo que ocurre, encuentro siempre a mi voluptuosa “cigo cactus” con sus flores rojas bailándole al sol.

Uno las acaricia suavemente, les susurra algo bonito y la dama verde, dócilmente se agacha ruborizada y vuelve a erguirse y se eleva más y más para no volver a ser tocada.

En esos insignificantes minutos se establece una relación más sutil que, el mismo amor de los seres humanos. A esta dama de talle delicado y esbelto, la encontré un dia que volvía del mercado. Alguien la había tirado a la calle junto con algunas plantas. Había un saúco tronchado, un espino cortado, de esos que asemejan a la sábila y esta dama desnuda de hojas y sin nombre.

Momentáneamente les conseguí un asilo ecológico en la casa y cada cual tuvo una suerte diferente. A uno la decapitó el perro de casa, animal dócil pero silenciosamente cruel y sin orgullo. ¡Que seria del hombre o la mujer sin una pizca de orgullo!

La dama fue creciendo y no sabia cual era su abolengo, quienes sus padres, de donde venia, que diablos era. Crecía delgada y verde, no tenía hojas pero en cambio ascendía asombrosamente su larga lengua clorofílica que se batía con el viento: diminuto huracán que baja y sube por mis gradas. a diario.

Yo la fui regando día a día, no porque le tuviera un cariño, sino por un acto de justicia, queriendo revertir el crimen que habían cometido con ella. Era como una obligación moral, quería salvarla por un acto de justicia; pero en si la planta me interesaba poco, dada su inicial fealdad.

Sin embargo, como todo en la vida cuando hay persistencia, al final nos aguarda un premio. Y el mío es verla todas las mañanas y siempre esperándome con una fidelidad de novia silenciosa para establecer esos pocos segundos de lealtad y ternura mutua.

La he visto a hurtadillas, he contado sigilosamente: Tiene 15 flores rojas de estambres amarillos y de pétalos puntiagudos; abiertos de dia. cerrados de noche. Incluso he llegado a pensar que sólo se abren para ser vanidosamente contempladas y que si hubiera alguien viéndolas de noche, volverían a sonreír.

Esta mañana que es de sábado, baje a diferencia del resto de días, sin la agitación que nos arrastra a los periodistas como “almas en pena”. Baje, en paz conmigo, en paz con mi consciencia, con mis diablos que son mis únicos ángeles, a verla a solas.

Hoy la he visto muriendo, sus flores se han marchitado, aquellas que solían elevarse para besar al sol, ahora yacen encorvadas y sin vida. Una que otra consiguió salvarse de esa hecatombe natural que ocurre todos los días en la naturaleza.

Me preguntaba en silencio: ¿Cuál era la flor de mis vástagos? Y cual la mía o la de mis padres, de mis hermanos, sobrinos. Supongo que todos en algún momento sucumbiremos, como las flores que ahora yacen en el suelo, para dar vida a otras futuras plantas.

No hay mejor forma de entender la vida y la muerte. Quizás por eso aprendí a quererlas. Porque ellas sin prometerme nada me han dado su vida y yo sin esperar nada ahora tengo todo.